La ética de la leatad, por Jorge Rachid

Empiezo por preguntarme si el título es correcto, existe acaso una ética de la lealtad, en realidad no lo sé, pero los invito a una búsqueda común de ambos elementos, ética y lealtad, que dominan ampliamente las relaciones sociales y políticas.

Un concepto ampliamente difundido, lo cual no quiere decir que sea cierto, es que de ética y moral no se puede discernir ni adjetivar, porque pertenecen al ámbito privado de los seres humanos.

Sin embargo creo, que debemos coincidir que ambos términos afectan la vida cotidiana de las comunidades, según la mirada que se tenga de ambos, apoyada en valores, principios, costumbres y culturas diversas, desplegadas desde su historia, que conforman su identidad y su memoria.

La ética es diferente de la moral.

Mientras la moral defiende el cumplimiento de las normas surgidas de las costumbres, la ética defiende los principios que guían el comportamiento, aunque desafíen la tradición (Ética Nicomaquea escrita por Aristóteles).

En la filosofía, la ética analiza las acciones humanas y las normas, sin limitarse a la moral, ya que no prescribe normas como tal.

No necesariamente así puede ser en la actualidad, ya que las normas son otras y los valores van mutando generación a generación y de acuerdo a cada cultura. Lo que son normas aceptadas en ciertos países y etnias, son rechazadas en otras. Se dan ejemplos múltiples, desde la pena de muerte a la interrupción voluntaria del embarazo, desde las conductas homosexuales a los derechos de 5° generación.

Los principios éticos se despliegan más allá de las normas, implican desde conductas cotidianas hasta el compromiso solidario en una comunidad.

Esas formas de comportamiento social que nos permiten convivir en sociedad y se adquieren desde las primeras infancias, en la conformación de las subjetividades.

Cuando las sociedades se desmadran, las generaciones posteriores van recibiendo mensajes diferentes, en general naturalizando nuevas pautas en cuanto a comportamientos, que rompen la memoria anterior y dificultan la comprensión y el diálogo inter generacional a futuro, estableciendo nuevos escenarios, que avanzan sobre las pautas culturales, estableciendo procesos dominantes colonizadores.

Pero la lealtad, un término más encapsulado a lo político, lo cual es un error dado, que es un concepto de vida, que quizás en la política, incluso esté mal utilizado.

Veamos si alguien perteneciente a una concepción política decide cambiar de opinión, no constituye ningún hecho que afecte a la lealtad, si lo comunica en tiempo y forma, migrando a otra fuerza política o dejando la misma. Pero si el mismo hecho se produce con sospechas de dádivas o presiones o de promesas, en silencio y subrepticiamente, ahí estamos ante una deslealtad.

Lo mismo sucede en los afectos personales y rupturas de lazos familiares, sus conductas y comunicaciones expresas, ante los hechos de distanciamiento.

La historia universal ha escrito más sobre traiciones o deslealtades, que de circunstancias que deben ser aplaudidas por normales, pero sucede como la fábula del “niño pródigo” que se lleva todo el afecto al volver, postergando a quienes se quedaron lealmente.

También sucede en la política, se acoge al retornado con más emoción que a quienes fueron pilares en el mantenimiento de sus posiciones partidarias y tuvieron fortalezas doctrinarias e ideológicas que les permitieron soportar épocas de deterioro, agravio, persecución y aislamiento político.

Desde que Maquiavelo escribió los entretelones del Palacio y sus conspiraciones, las maneras de manejarlas, los falsos positivos, las llamadas hoy roscas, el manejo de la información, la contrainteligencia, los criterios de manipulación de los mensajes, el control de las emociones, los términos del proceso político comenzaron a diluirse o justificarse bajo el emblema del “fin justifica los medios”. En Shakespeare eso es evidente en cada una de sus obras que pueden ser del mismo autor del Príncipe, ya que parece ser un seudónimo el utilizado por el maestro del teatro universal.

La deslealtad es siempre hacia un colectivo anterior, es una afrenta al Pueblo, a su núcleo de pertenencia, a quienes compartían sueños, afectos, esperanzas.

Es un proceso traumático socialmente, que lleva a la diáspora, al alejamiento, la desconfianza, consolidando el individualismo egoísta que destruye futuro, deja de existir un mañana posible sólo es el hoy del sálvese quien pueda.

Es la herramienta del enemigo para subordinar, destruyendo la solidaridad social compartida que constituye el eje de emancipación de los Pueblos.

Esa destrucción de la trama íntima social, a través de la frivolización de la política que genera éste tipo de conductas desleales, es promovida culturalmente por ser necesaria para el debilitamiento y la consolidación del colonialismo.

Entonces tenemos un proceso cultural a nivel internacional en donde la hasta ayer potencia dominante imperial, con despliegue militar y económico excluyente, manejo de las tecnologías de punta, con un impacto hegemónico en la cultura mundial y con colonización económico financiera de terceros países, llamados habitualmente en desarrollo o emergentes.

Esa situación varió girando el mundo al Oriente, lo cual trae nuevos impactos en cada ámbito, multiculturales conocidas ahora desde posiciones del mundo Multipolar.

Que tiene esto en relación a la ética y la moral, es descubrir que ambos términos en muchos casos son imposiciones neocoloniales, que impactando sobre los pueblos, condujeron a la sumisión de los mismos, manipulados por el poder imperial.

Desde la construcción del pensamiento, hasta las conductas religiosas y conformación de conciencias colectivas de pertenencia y objetivos comunes, que son vertebrales al comportamiento de los pueblos, suelen ser (des) informados sobre determinadas conductas, valores, principios, virtudes, desde los medios hegemónicos.

Estos medios son herramientas de dominación, subordinación, productoras de alienaciones colectivas dirigidas a objetivos específicos, actuando sobre las emociones, promotores del consumo, del fetichismo, desplegando una concepción binaria del bien y del mal, caracterizando a las personas tachables e intachables, en un mecanismo interno cultural e ideológico, convertidos en ejes de poder de la colonización, que se proyectan en su mirada sesgada, en el despliegue desde el Gobierno en las relaciones internacionales, de acuerdo a los intereses que afectan o protegen al poder real.

Entonces en la batalla cultural entre el poder real hegemónico y la identidad y memoria de los pueblos, se produce el abismo, llamado grieta por algunos sectores, que es la confrontación de modelos de construcción sociales, en donde la ética se conforma o no en términos de solidaridad social compartida.

Esa distancia que se desarrolla entre las concepciones individuales a las que fijan las comunidades de objetivos comunes. Es la diferencia entre la llamada conceptualmente “gente” y la denominada “pueblo”, que contienen aspiraciones comunes. Esos comportamientos contienen una ética común, que caracteriza a fondo los tiempos culturales del pueblo y que se expresa en la mirada sociológica y política de la comunidad.

Las lealtades se construyen desde determinadas éticas de comportamiento social. Nadie en forma individual o desde miradas colectivas puede ser leal desde un comportamiento especulador, electoral, ocasional, sin fortaleza ideológica ni doctrinaria.

No existe lealtad a nada ni a nadie en esos casos, sólo la situación personal por encima de cualquier otra consideración. Esas debilidades político estratégicas, definieron en los últimos 40 años la claudicación de valores éticos que conformaban la idea común del patriotismo.

Es que el enemigo colonizador tiene el objetivo claro de borrar identidades y memorias populares, en la necesidad de construir esquemas de subordinación de los pueblos, que permitan la construcción de la hegemonía de la dominación, iniciando una relación opresor oprimido, trasmitida a través de generaciones, que van desvirtuando, debilitando, degradando el concepto de Patria, como objetivo final del colonizador.

Entender el eje de la lucha, es comenzar a diseñar una estrategia de Liberación Nacional, objetivo prioritario del Perón filosófico, expresado con fuerza en su testamento político, Modelo Argentino para un Proyecto Nacional, escrito hace casi 50 años y que anticipaba estos escenarios actuales, llamando a construir nuevas herramientas, para los nuevos tiempos, con concepciones amplias de conformación de luchas soberanas, en un marco de reconstrucción de los movimientos nacionales y populares.

“No poner vinos nuevos en odres viejos” decían los textos bíblicos y son trasladables a la política que debemos desplegar hoy, con lealtad a una ética, que recupere valores, virtudes, principios caminando los nuevos tiempos con humildad y austeridad en una militancia de compromiso social pleno, con la voluntad férrea de cambiar una realidad injusta por un modelo social solidario, basado en la Justicia Social en una Patria Matria Grande soberana y libre, con un Pueblo feliz.

Jorge Rachid

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