Es historiador y cruzó los Andes junto a su hijo y su nieto

Hace 14 años atrás se le presentó la oportunidad de cruzar la Cordillera de los Andes por el Valle de los Patos; al igual que lo hizo San Martín durante la liberación de Latinoamérica.

Ariel Gustavo Pérez tiene 62 años y es un apasionado de la historia argentina.

La vivencia fue tan enriquecedora que la siguió repitiendo año tras año. Sin embargo, su última travesía tuvo un tinte especial ya que cabalgó durante diez días a la par de su hijo y su nieto de 13 años; una experiencia que los marcó como familia, y que los volvió a conectar con sus raíces.

Ariel se define a sí mismo como un escritor sanmartiniano; una vocación que se le despertó de grande. Aunque pasó su infancia en Pueblo Andino -comuna de la provincia de Santa Fe que se encuentra a 40 kilómetros de la ciudad de Rosario-, el destino le tenía preparado un camino de cuestas. “Terminé la escuela, me inscribí en la facultad, y el primer día de cursada me enteré que mi padre había fallecido. Tenía tan solo 46 años.

Y bueno, no me quedó otra opción que salir a trabajar para mantener a mi vieja. Era su único sostén. Así que empecé a vender cosas en la calle”, comenzó relatando el hombre, quien por muchos años dedicó su vida a la familia. Pero, luego de sus 50 años y con sus hijos ya crecidos, se dio el gusto de hacer una actividad que tenía pendiente hace ya rato.

Su esposa, gran cómplice, fue quien lo anotó en la página de la Asociación Sanmartiniana para realizar el cruce a Los Andes. Un día del año 2010 salió rumbo hacia San Juan para vivir la experiencia que terminó siendo más difícil de lo que él había imaginado.

“En el primer cruce me fue muy mal. Las condiciones eran horribles; mucha nieve y mucho frío. La verdad es que me asusté mucho y no vi nada. Claramente no lo terminé de disfrutar”, apuntó Pérez en diálogo con El Destape. Generalmente, cuando uno vive una mala experiencia, se niega a repetirla. Pero ese no fue el caso de Ariel, quien al año siguiente fue por la revancha.

Se subió a la mula y cabalgó durante muchos días con la mirada puesta en el afuera, disfrutando de los paisajes, y al mismo tiempo internalizando lo que iba sintiendo. Al terminar el recorrido, la sensación fue de pura satisfacción, según cuenta.

Sin embargo, en 2013, tuvo que hacer un parate ya que sufrió un grave problema de columna y tuvo que ser intervenido quirúrgicamente. “Estuve en reposo durante mucho tiempo así que empecé a desarrollar mi primer libro”, señaló. A Ariel Pérez lo que lo llevó a escribir fue el asombro y la curiosidad.

“Yo empecé a detectar las contradicciones en la historia de San Martín; había cosas que no me cuadraban. Arranqué a investigar, a estudiar la historia, y así surgieron las ganas de volcar lo que sabía en papel”. Gracias a esta práctica, el santafesino cambió su forma de abordar la información: “Cuando iba a la escuela creía que todo lo que me decían era cierto. Ahora yo no agarro nada así como me lo dan. Todo tiene que pasar por mi propio filtro”.

Ariel entiende a la historia como algo complicado de contar. “Yo digo que no hay nada peor que un buen libro mal escrito. Podes tener muy buenos datos pero si los volcás mal termina siendo letra muerta”.

Es por ello, que el hombre lo primero que hizo fue buscar la manera de que su libro sea leído. Apuntó a un público que tiene curiosidad sobre el pasado histórico -como él años atrás- y que cuenta con los conocimientos básicos. “Yo me metí con lo peor; las novelas históricas.

Realmente tenes que escribir bien y ser buen historiador. Pero sobre todo, leer muchísimo. A veces para buscar un dato tenes que terminar un libro completo. Y pasa que en esa extensa investigación encontrás cosas adyacentes que te dan letra para otra historia. Por eso, cuando yo terminaba un libro ya tenía información para otro”, comentó el autor de las obras El cóndor herido: San Martín, de Perú a Francia; San Martín y sus fantasmas; Mitos y dudas en el combate de San Lorenzo; ¡Vámonos! San Martín camino a Chacabuco; Nazario de San Lorenzo; El grito apasionado: San Martín camino a San Lorenzo.

El santafesino, después de cinco libros y siete viajes, arrancó a escribir sobre el cruce de Los Andes. Hasta el día de hoy, le cuesta poner en palabras lo que le genera la travesía. “La gente me pregunta por qué voy todos los años al mismo lugar, y yo les respondo que cada viaje es diferente. Porque la cordillera es muy cambiante, y se puede ver reflejada en el sol, en las nubes, y en los colores de las montañas”.

Ariel Pérez con los años fue percibiendo una mística en aquel lugar tan inhóspito. “Yo me empecé a sentir más creyente; más cerca de la creación. Comencé a ver las cosas de otra manera. El frío, la soledad, el miedo y la angustia te terminan acercando a ello. Y en los últimos años me fui dando cuenta que era una necesidad personal. Se transformó para mí en una especie de retiro espiritual”, confesó el hombre. El cruce de Los Andes no es solamente histórico y turístico sino personal: “Realmente las personas no conocemos nuestros propios límites porque llevamos una vida muy cómoda. Y acá uno tiene que salir de su zona de confort y enfrentar situaciones complicadísimas que te desgastan tanto físico como mentalmente. Pero cuando uno sale victorioso no sabes el orgullo que se siente”.

Ariel deseaba que su familia pudiera vivir la experiencia para que cada uno de ellos se acercase a su yo más íntimo. Para su sorpresa, días antes de una de las tantas expediciones, su hijo Nahuel le dijo que tenía ganas de acompañarlo. “Faltaba una semana para salir hacia San Juan y él no se había subido en su vida a un caballo”, confesó el hombre.

Consiguieron todo el equipamiento y el 3 de enero salieron hacia la aventura. Al año siguiente, los baqueanos sanjuaninos -que son los encargados de desplegar todo su conocimiento sobre el terreno, guiar, y compartir su estilo de vida con el grupo- le preguntaron a Ariel si no conocía a alguien que quisiese sumarse a la coordinación de la expedición. El hombre le consultó a Nahuel, y este aceptó con gusto.

Al tiempo, el muchacho emprendió un nuevo viaje -esta vez sin la compañía de su padre- que lo dejó boquiabierto a pesar de las malas condiciones climáticas.

“Con Agustín tengo una relación muy especial; tal vez por ser el primer nieto varón”, dijo el hombre reforzando su deseo por compartir un cruce con el hijo de Nahuel.

Sin embargo, Ariel quería esperar a que el niño cumpliese 14 o 15 años, y tuviese más experiencia arriba de un caballo. No obstante, en el año 2023, el hombre se hizo amigo de unos muchachos que organizaban el cruce de Tilcara a Calilegua. Muy similar al de Valle de los Patos pero más corto -en cuanto a distancia- y más bajo en su geografía. “Nos fuimos los dos solos hasta allá, y la experiencia fue un diez; Agustín se la re bancó”, dijo su abuelo orgulloso.

Cruzar los Andes en familia: el día a día de la travesía

A principios del 2024 ya estaban listos para la prueba de fuego, el cruce de Los Andes compartido por tres generaciones de la familia Pérez. Comenzaron dos días antes de la fecha de partida, cuando cargaron lo mínimo indispensable para el cruce y manejaron 1400 kilómetros hasta Barreal, localidad ubicada en el extremo suroeste de la provincia de San Juan.

“Desde ahí se hacen unos 40 kilómetros subiendo la montaña en una combi hasta el puesto de gendarmería Álvarez Condarco y ahí comienza el cruce -ya montados a caballos- rumbo a la Cordillera, y se llega hasta el límite con Chile”, detalló el abuelo experimentado.

La rutina consistía en levantarse todos los días a las 6 de la mañana. Los integrantes de la expedición contaban con una hora para desayunar, desarmar la carpa y alistarse para emprender la marcha hacia la próxima base.

“En estas expediciones pasas varios días sin bañarte, haces tus necesidades detrás de una piedra y no tenes donde comer ni sentarte; las comodidades -hasta la más chiquita- no las tenes y las sufrís”, remarcó. Otra de las dificultades a la hora de realizar la expedición fue la imposibilidad de frenar. “Desgraciadamente siempre hay que avanzar porque hay que llegar a cierto lugar donde haya agua y pasto para los animales. Te tenes que bancar las condiciones climáticas y no frenar”.

Fueron 10 días intensos en la cordillera, en los que surgieron algunas chispas producto de la convivencia pero que pudieron ser sorteadas y pasaron a formar parte de las anécdotas de las reuniones familiares. Así como también que Agustín hizo el cruce con 13 años; casi un pionero si se considera su corta edad. “Vino con él un amigo de la escuela. Les fue muy bien. Será que para ellos la muerte no existe. Para ellos es solo una aventura; y la pasan bien porque son un poco irresponsables”, comentó entre risas.

Para concluir la charla, Ariel Gustavo Pérez, resaltó que estos viajes le dejaron la vara muy alta: “Ya no me asombro de nada. Todo me parece poco al lado del cruce”.

Para este hombre de 62 años, lo vivido trascendió lo meramente histórico y se convirtió en parte de su evolución personal.

“A los hombres, en general, se nos complica manifestar los sentimientos, y hay veces que a nuestros afectos les gustaría que nos abriéramos un poco más. A mí me pasa que cuando vuelvo de Los Andes lo puedo lograr porque bajo del caballo en carne viva; desnudo. Es un momento de vulnerabilidad en el que puedo mostrar mis sentimientos y agradecer; decir los te amo que no digo en mi cotidianidad”.

Ariel ha convertido el camino de cuestas en algo que lo sana a él y a los que lo siguen en su linaje familiar.

El Destape

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