Dos términos policiales para explicar el golpe al bolsillo, por Andrés Asiaín

El gobierno optó por licuar los ahorros en vez de generar una estabilidad de precios que genere certidumbre. 

El concepto inflación plantada se cae no sólo por su falta de sustento en términos de concepto económico, sino también político.

El programa ultra ortodoxo de Javier Milei generó un brusco salto en las tasas de inflación.

Los precios de supermercados monitoreados por el Centro de Estudios Scalabrini Ortiz aumentaron un 13,2 por ciento en la última semana y acumulan una suba del 33,8 por ciento desde que Javier Milei ganó las elecciones.

El alza de los precios no fue correspondida con un incremento proporcional de los ingresos, deteriorando la calidad de vida de la población en un momento sensible como son las fiestas.

Ante esa situación, el oficialismo adoptó una estrategia comunicacional para descargar el costo político del malestar social sobre la administración saliente.

Así, el presidente en varios discursos señaló que se trataba de una inflación “plantada” y “reprimida”, dos términos policiales que buscan posicionar al oficialismo como una víctima de una situación generada a propósito por el anterior gobierno.

La idea de una inflación “plantada” y “reprimida” descansa sobre un pre-concepto sobre el funcionamiento de la economía, donde la intervención del Estado vía restricciones cambiarias, acuerdos de precios, subsidios a las tarifas, regulación del precio de los combustibles, entre otros, es vista como anormal.

De esa manera, la decisión tomada por el oficialismo se subir el dólar, las tarifas, los combustibes y desregular precios no sería una elección de política económica, sino un “sinceramiento” (jerga usada en la primera gestión de Mauricio Macri para avalar una política similar) de una realidad de precios que se encontraba “reprimida”.

Bajo la miopía monetarista de la actual administración, también los activos (ahorros) en pesos de los argentinos son una amenaza inflacionaria que, en última instancia, está contenida en la “bomba” de las Leliqs; una bomba con la pólvora mojada ya que esa política monetaria comenzó en 2002 y con una magnitud relevante desde casi una década, sin haber explotado.

La particular idea de nuestros “genios de las finanzas” es que toda tenencia de riqueza financiera que no está dolarizada, puede en algún momento ser volcada a la compra de bienes (generando una presión alcista de precios) o de dólares (empujando una devaluación).

Sería de suponer que el objetivo de la política económica es generar una estabilidad de precios y cambiaria que reduzca la incertidumbre, de manera tal que los ahorros de los argentinos sean volcados a financiar la producción, el acceso a la vivienda o el consumo de durables.

Sin embargo, nuestros ultraliberales parecen optar por la opción de licuar los ahorros por la vía de un golpe inflacionario, de ahí que hayan decidido bajar las tasas de interés de los plazos fijos luego de haber encendido la mecha inflacionaria.

La idea de una inflación “plantada” y “reprimida” se cae no sólo por su falta de sustento en términos de concepto económico, sino también político.

Siendo Massa el último ministro de economía que también aspiraba a la presidencia, ¿por qué “reprimiría” la inflación para “plantar” una bomba que, de haber ganado las elecciones, le explotaría a él mismo?

Andrés Asiain

Página/12

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *