1980 Alegría histórica, frustración olímpica

Hoy se cumplen 44 años de la clasificación de la selección argentina de básquetbol a los Juegos Olímpicos de Moscú 1980.

Lamentablemente, la dictadura cívico-militar impidió la participación del deporte argentino en ese evento, quitándole la oportunidad de competir al máximo nivel internacional a un grupo de jugadores que fue, después de los campeones mundiales de 1950, lo más destacado que tuvo el básquetbol nacional hasta ese momento.

El básquetbol argentino había salido de su encierro y se empezó a abrir a nuevas experiencias, como que desde 1978 los principales torneos del país permitían la inclusión de refuerzos extranjeros.

En un comienzo esto se desnaturalizó y en el torneo porteño hubo equipos que llegaron a alinear 4 importados y un solo nacional. A pesar de algunos excesos, y sin que sea el ideal, porque los mejores jugadores seguían desperdigados en distintas competencias y el Campeonato Argentino continuaba siendo insuficiente, se evidenció claramente un lógico crecimiento en el nivel de juego.

Con ese panorama la Selección Argentina encaró la primera disputa del Preolímpico, en Puerto Rico, durante abril de 1980.

La conducción era natural que se la confiaran a Ripullone, por el título sudamericano del año anterior.

El plantel fue casi el mismo que el de Bahía Blanca, apenas con el regreso del veterano Carlos González, hombre de confianza del técnico, y el debut de los jóvenes Gabriel Milovich (pivote, 19 años y 2,01) y el base Mauricio Musso (20 años), llevado ante la duda que generaba Cadillac, con una lesión de rodilla.

Pero el mayor refuerzo llegó desde el cuerpo técnico, cuando a pedido de Miguel Mancini, presidente de Obras Sanitarias y hombre fuerte del básquetbol argentino en la sombra, el yugoslavo Ranko Zeravica, un técnico venerado en toda Europa, asesoró al Seleccionado.

El entrenador había llevado a su Selección al título mundial en 1970 y conocía el básquetbol argentino por haber colaborado con Obras en 1979.

Raffaelli reconoció el valor del serbio, que poco después logró el oro olímpico con Yugoslavia en los Juegos de Moscú, contando que “nuestra generación, que venía jugando desde hacia 6 años junta, ya sea en la Selección o en Obras, empezó a sentirse muy fuerte mental y técnicamente con la llegada de Zeravica. El nos convenció de que podíamos ganarles a Brasil, Cuba, Puerto Rico o Canadá, y no lo hizo con palabras, si no con sistemas tácticos. Nunca vi la necesidad de escuchar tanto a un entrenador. Aprendíamos en cada momento, porque lo que pregonaba eran cosas fáciles de entender y hacer, solo que exigía el máximo esfuerzo, seriedad y profesionalismo”.

El periodista Osvaldo Ricardo Orcasitas (O.R.O.) contó que “Zeravica cumplió perfectamente el papel de asesor, siendo ubicado y respetuoso con el técnico. Los jugadores iban hasta la platea donde él se sentaba, al costado de un cesto, a buscar indicaciones con desesperación. Los jugadores le creían ciegamente y él provocó un cambio impresionante y decisivo en el equipo”.

Argentina llegó en ritmo, por los 9 partidos de preparación disputados, todos en el país, frente a rivales directos como Puerto Rico, Cuba y Uruguay, y frente a China, que realizó una gira por el interior.

Si bien antes del torneo se produjo una crisis por los premios económicos a recibir por el plantel, se encaró el torneo con gran optimismo.

A pesar de todo, el comienzo no fue bueno, ya que se perdió ante los puertorriqueños por 99-93. Tras la cómoda victoria contra México 104-79 vino otra ajustada derrota ante Canadá por 89-86, pero se recuperó con Uruguay por 97-86.

Después llegaría lo mejor, por que ante Brasil se jugó un partido casi perfecto, provocándole una paliza histórica por 118-98. La actuación argentina rozó la perfección, con un Raffaelli demoledor (36 puntos), con Pagella (23 puntos) como obrero de lujo y Cadillac (14 puntos y 7 asistencias) regando la cancha con velocidad y talento. Con el triunfo final ante Cuba por 86-75 se consiguió la soñada clasificación olímpica.

Cadillac, mejor pasador del torneo, explicó que ese equipo “jugaba bien, con un básquetbol de calidad como se exige a nivel internacional. Había una mezcla de técnica y fuerza física muy buena. Los menos dotados técnicamente, como Pagella, tenían una inteligencia notable. Crecimos con el torneo y el triunfo con Brasil nos demostró nuestro poderío. La clasificación a los Juegos fue un justo premio para una camada que le dio muchos años y esfuerzo a la Selección”.

A su vez, Raffaelli resumió esa tarea como “el máximo rendimiento de esa generación, aunque pensábamos que seguiríamos creciendo, ya que todos éramos jugadores con 6 a 8 años de Selección, pero con menos de 25 años de promedio. Estábamos en plenitud física y ahí explotamos”.

Pero esa inmensa alegría fue efímera para el básquetbol argentino, ya que a mitad de mayo de 1980, por recomendación de la dictadura cívico-militar que gobernaba al país, el Comité Olímpico Argentino decidió adherirse al boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú.

Esa imposibilidad de volver a estar con los mejores del mundo le hizo confesar a Aguirre que “ese torneo terminó siendo la mayor alegría y la mayor decepción de mi carrera. Estábamos maduros y en el mejor momento. Contra Cuba hice mi mejor partido, con 16 puntos y 8 rebotes en 20 minutos. Zeravica me dijo ‘no vayas abajo, tirales de la línea de libres’ y funcionó. No podía creer cuando los militares decidieron boicotear los Juegos. Los que quedaron atrás nuestro fueron a la más grande competencia para un deportista y nosotros, que teníamos ganado un lugar, nos quedamos afuera”.

Para ese grupo esa fue “una desazón que quedó como una espina en nuestras vidas deportivas. Aunque todos tenemos el orgullo de saber que clasificamos para ser atletas olímpicos, nos duele no haber podido medirnos y saber hasta dónde pudimos llegar como equipo, porque estábamos en un momento brillante”, se lamentó Cadillac.

Capítulo del libro “El Oro y el Aro. Historia de la selección argentina de básquetbol 1950-2010” de Alejandro Pérez y German Beder, Editorial Al Arco 2011.

Belen Shakespeare

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