El estreno de una miniserie que propone una mirada crítica sobre el mundo sindical y la avanzada empresarial contra la legislación laboral vigente, muestra uno de los escenarios de confrontación propuestos por el oficialismo.
La inventada depresión del principal candidato opositor tras un raid de contrapuntos con periodistas, evidenció el desdibujado rol de los medios de comunicación en esta campaña que recién comienza y que cada día se ensucia más.
El principal diario de la Argentina tituló este lunes: “La CGT no apoyará a ningún candidato en las elecciones presidenciales”. La información –correcta, por cierto, algo que no es poco para los tiempos que corren y mucho menos tratándose de Clarín– obliga al lector a formularse una pregunta obvia: ¿hubo algún hecho que generara esta “noticia” o simplemente fue un pensamiento original al que arribó el autor/editor del artículo que dio pie a ese titular?.
Leyendo la nota, se desprende que el único hecho noticioso es el anuncio de que hoy martes, la Mesa Directiva de la Confederación General del Trabajo se reunirá con Alberto Fernández, el postulante a presidente del principal frente opositor, que lleva como sello más importante el del Partido Justicialista. Lo demás son conjeturas analíticas en base a algunos testimonios en on y otros en off de distintos representantes gremiales.
“En los 36 años que llevamos de democracia, la CGT jamás hizo campaña a favor de ningún candidato, en todo caso fueron sus dirigentes y las agrupaciones como las 62 Organizaciones, las que lo hicieron, pero la Central no, porque no corresponde”, afirma Omar Plaíni, dirigente canillita, integrante del sector moyanista hoy distanciado de la conducción cegetista, en diálogo con #PuenteAereo.
Ya se sabe que “peronistas somos todos” (como dijo alguna vez el General) y que hay integrantes de este partido en, al menos, los tres frentes con posibilidades de ganar las elecciones. Por ende, es obvio suponer que forzar el apoyo de una organización históricamente ligada al justicialismo a cualquiera de las listas en disputa, provocaría un nuevo cisma al interior del movimiento sindical.
En paralelo, la nave insignia televisiva que integra el mismo multimedios del que forma parte el diario Clarín acaba de estrenar una ficción producida por el siempre efectista Adrián Suar, titulada El Tigre Verón. La miniserie –muy bien lograda, como todos los productos de Pol-ka– está protagonizada por el magistral Julio Chaves, quien interpreta al mandamás del sindicato de la carne, un hombre violento, corrupto y mafioso que responde perfectamente al estereotipo del gremialista construido por el neoliberalismo durante los noventa.
Tanta suerte tiene el “Chueco”, que la mismísima madrugada previa al estreno de la novela, un grupo de matones que responden al líder de la Federación de Trabajadores de la Carne, Alberto Fantini (de indisimulables vínculos con el oficialismo macrista), la emprendió a los tiros contra otros compañeros que mediaban en el conflicto desatado en el frigorífico Eco-carnes a raíz de una serie de despidos. Y esto provocó que dos trabajadores fueran heridos de bala, en medio de la reyerta. Una escena idéntica a la que se presenta en el inicio del primer capítulo de la ficción televisiva.
Pequeño paréntesis antes de continuar el relato: ¿existen dirigentes gremiales parecidos al imaginario Verón? Sí, por supuesto que existen. Se los puede ver a la cabeza de los principales sindicatos desde hace décadas, algunos incluso presos o procesados judicialmente por actos de corrupción o crímenes aún más graves. ¿Son así todos los sindicalistas?
No, la gran mayoría de los hombres y mujeres del movimiento obrero son gente honesta que dedica su vida a defender los derechos de los trabajadores. Y entonces ¿por qué siempre los muestran como delincuentes e inescrupulosos?
No es común escuchar a los hombres de negocios hablar tan desembozadamente de sus verdaderas intenciones. Sin embargo, la semana pasada dos representantes de la clase empresarial argentina se sacaron el casette y confesaron en sendas entrevistas radiales cuál sería el mundo ideal al que les encantaría que el gobierno condujera al país.
Primero fue el turno de Martín Cabrales: “Hay que facilitar las condiciones para tomar gente. Y una forma es saber que si a esa persona después hay que reemplazarla por otra, sea fácil poder hacerlo”, aseguró el vicepresidente de la firma de café que lleva su apellido y de Bodegas Norton.
Luego el que habló fue Julio Crivelli, presidente de la Cámara de la Construcción, quien le pidió al Gobierno nacional que se decida a avanzar con el proyecto de reforma laboral y exigió “poder despedir sin causa a empleados en todas las industrias y comercios”.
Desatado y sin filtros, Crivelli fue más allá que su par cafetero: “Todos nos damos cuenta que la reforma laboral es necesaria. En los años ‘20 y ‘30 la Argentina tenía estándares de protección laboral muy bajos. Con el socialismo y el peronismo evolucionan esos estándares y luego siguieron subiendo en desmedro del mérito y el rendimiento y la productividad, y llegamos a un extremo”, afirmó el empresario. Crivelli no tuvo reparo alguno en admitir que su objetivo es eliminar derechos laborales de los trabajadores consagrados hasta por la misma Constitución Nacional.
“Claramente detrás de esta avanzada discursiva, el verdadero objetivo es socavar los cimientos del único escollo que gobierno y empresarios tienen para avanzar con este proceso de desguace de nuestra legislación laboral: los gremios; por eso nos van a tirar con todo el arsenal que tienen para pasarnos por encima”, dice Plaini. Y agrega: “es momento de unirnos más allá de las diferencias para que no se lleven puestos setenta años de consolidación de un modelo sindical que nos transformó en la Argentina poderosa que alguna vez fuimos”.
Durante la campaña los candidatos deben estar preparados para cualquier contingencia. El escenario de mayor exposición que deben enfrentar para instalarse y presentar sus propuestas son los medios de comunicación.
Y en ese terreno, los periodistas tenemos un rol muy importante a la hora de intermediar entre el personaje y el público al que los políticos intentan seducir. Por eso no es conveniente mantener escaramuzas con la prensa, a menos que existan razones de peso para justificarlas.
La semana pasada Alberto Fernández se trenzó en algunos contrapuntos con colegas que se habían acercado a cubrir actividades de las que participaba el candidato presidencial del Frente de Todos. Y también se cruzó al aire en la radio con Jonatan Viale, que lo interrogó sobre esos enfrentamientos, incomodándolo al punto de hacerlo perder la calma.
Los hechos brevemente relatados bien pudieron haberse incluido de manera anecdótica dentro de cualquier artículo en la categoría “recuadro”. O bien haber merecido un comentario a la pasada en una columna política de algún programa radial o televisivo.
Sin embargo, ocuparon muchos minutos en medios electrónicos y espacios amplios en la gráfica, incluida una pseudo editorial del diario de la Trompeta durante el fin de semana, donde se planteaba la hipótesis de un supuesto “cuadro depresivo” en el que Fernández habría quedado sumido tras sus polémicas mediáticas.
La verdad es que el “Tío Alberto” (apelativo usado por el columnista clarineteano para apodarlo) es uno de los dirigentes políticos que mayor conocimiento tiene del universo periodístico. Trata con los medios desde hace más de veinte años y tiene por costumbre no callar sus opiniones respecto a la forma en la que ejercemos nuestra labor.
De hecho en muchas oportunidades elige hacerlo de forma individual y privada, mediante mensajes o llamados a los teléfonos personales de los periodistas, con la finalidad de pedir explicaciones sobre conceptos con los que no está de acuerdo. Es importante señalar que cada vez que lo hizo con quien escribe estas líneas, jamás fue en forma violenta, ni irrespetuosa.
¿Por qué una persona que se siente interpelada por el trabajo periodístico no tiene derecho a pedir explicaciones? ¿Qué nos exime a nosotros de ser objeto de una interpelación pública o privada cuando aludimos a alguien que se siente ofendido o molesto por lo que afirmamos? Siempre y cuando los desacuerdos se produzcan en el marco de una discusión civilizada, bienvenidos sean.
Es mucho más valioso y enriquecedor poder intercambiar opiniones con los referentes de la política, aún desde el disenso, que esperar a que alguno de los múltiples asesores que los rodea nos elija para entrevistarlos. Y esto rige para todos aquellos que se rodean de “filtros” que los protejan de su propia incapacidad para enfrentar a la prensa.
Algo que, por el momento, Alberto Fernández no tiene, sencillamente porque no los necesita.
Mauro Federico
Puente Aéreo