El mundo globalizado gira en torno a los acuerdos, tratados y convenciones. Sin ellos –y aún con ellos– sería más dificultoso sentar bases y condiciones para respetar e incrementar el bienestar general o por lo menos imponer límites a conductas que podrían ser perjudiciales e ir en contra de derechos conquistados.
En estos días, por ejemplo, el sistema político y medios internacionales observan con mucha preocupación el boicot de Donal Trump al acuerdo de 2015 con Irán. Pacto clave para la no proliferación de armas nucleares y para la seguridad de Oriente Medio y Europa y garantizar la paz mundial, hoy sostenida con alfileres.
Podría seguir enumerando la gran cantidad de acuerdos internacionales que se hallan vigente y todos de suma importancia. Los tratados internacionales en defensa de los DDHH son, en algunos casos, consecuencia de las atrocidades de la segunda guerra mundial y, en otros, toma de conciencia ante las injusticias, discriminaciones, violencia, exclusión, maltrato, invisibilidad y abandono de parte de los Estados hacia grupos sociales como ser, la mujer, los niños, la comunidad LGTBI, las personas de tercera edad o con capacidades diferente, entre otros.
En nuestro país se incorporaron estas Convenciones a nuestra Constitución Nacional en 1994, o sea, tienen rango constitucional. Infringirlas es atentar contra la ley suprema.
Traigo esto a colación porque es inentendible que en nuestro país no se ejerza el control en organismos como el ENACOM (encargado de controlar los contenidos de los medios de comunicación) ante violaciones directas a nuestras leyes.
En la provincia de Misiones, un canal de televisión, Canal 6, con licencia otorgada por dicho organismo, emite un programa conducido por el pastor Donald Franz, en el que se enseña cómo golpear a los niños con una vara sin dejar marcas para evitar denuncias por maltrato infantil. Claramente se está violando desde el inicio hasta el final la Convención de los Derechos del Niño, que vuelvo a repetir, tiene rango constitucional.
La libertad de expresión, derecho también protegido por estas normas, nada tiene que ver con esta situación. La única libertad es la de ser impune ante un Estado cómplice por inacción.
Está claro que, aunque se siga utilizando la intimidación y el apriete de parte de los infractores para evitar denuncias, sólo la sociedad organizada y sorora ejerce un verdadero control ante las violaciones de los derechos conquistados.
Coincidiremos que la paz es un bien muy preciado para toda la humanidad y que Trump no debería tomarla como un juego. Los tratados internacionales no son para vulnerarlos. De la misma manera, las leyes que protegen a los niños de castigos y abusos están para ser cumplidas. Es nuestro deber resguardarlas y no dejarnos amedrentar tan fácilmente.
Silvia Risko
Puente Aéreo