A la mierda la política, por Eduardo Blaustein

Un fantasma abatido recorre a la progresía y al zurdaje: el cansancio y distanciamiento con la política. Bajón, encierro, a rumiarla a solas. El Frente de Todos se consume discutiendo el simple armado de una mesa política que evite la temida agonía preelectoral. ¡Y nos estamos poniendo antipolíticos!

Hace unos días el colega y socompero Gabriel Bencivengo, que labura como periodista destacado en el ministerio de Economía, me contó de una novedad que parece haberse hecho rutina.

Tal parece que, varios días a la semana, los diestros comunicadores del ministerio avisan en la sala de periodistas que Sergio Massa tiene algún asunto que anunciar.

Se levantan de las mesas los colegas, expectativa. Se trasladan a vaya a saber qué piso. Una vez en la escena del crimen se enteran de que Massa acaba de hacer el anuncio en una sala cerrada, desde un atril, ante las cámaras que lo graban, fingiendo que habla para periodistas.

Para cuando llegan al lugar los muchachos, con suerte, encuentran a un funcionario de segunda línea, un gobernador, obtienen algún off the record, como para justificar su jornada de trabajo.

En la política argentina –en las democracias del mundo- pasan cosas infinitamente más graves de lo que pinta esta anécdota. Pero la anécdota pinta una pantomima o una metáfora. Gente que habla para nadie, gente que habla en o desde algún cubículo cerrado y tal vez insonorizado, gente que habla de lo suyo creyendo ser escuchada, nadie que tenga interés en escuchar, nadie por aquí, nadie por allá, y para el otro lado el mundo real remoto.

Tampoco es que este gobierno, y Massa, tengan mucho que trompetear. Lo que se anunció de bueno cantidad de veces se desanunció. Pasados los tiempos de la pandemia, donde hubo pila, cada pequeño, mediano o significativo amague de medida de gobierno atravesó un infierno de internazos y de frenazos y circunloquios, arranques machazos y falta de nafta. Se discutió mucho, bien, mal, hasta que las discusiones intra gubernamentales se hicieron paralizantes.

La herencia recibida fue pavorosa pero eso ya no le importa a nadie hace eones. Lo que queda es sobrevivir, trasladar al paciente-país de terapia intensiva a terapia intermedia (cosa que se hizo con relativo éxito y sufrimiento social), sacar ingeniosos, desesperados conejos de la galera para bancar la cuestión financiera, cumplir con el Fondo, trasuntar lo menos posible los ajustes en programas sociales, transferencias a las provincias, jubilaciones u obra pública, bajar el déficit fiscal, fracasar en el combate contra la inflación, ceder con doble dólar soja y que eso sirva de muy poco salvo para los sojeros.

Todo a las patadas, atendiendo a las presiones del poder real, a la vez plano, aburrido, árido, insoportable.

Lo que demora armar una mesa

Hoy la política es eso en bruto contexto de guerra sucia en todos los frentes desatada 24×24 por una derecha salvaje, protofascista o neofascista.

Democracia formal y barbarie; con la democracia no se come, con la democracia crece la pobreza, con la democracia las elecciones son sinónimo de me importa un carajo y desesperanza.

Eso y las internas política a ambos lados de una grieta que a esta altura –en términos de proyecto de país- dice muy poco. Ya escribieron muchos que para el establishment Macri, Massa o Rodríguez Larreta dan más o menos igual (para el que escribe, en los matices, Massa-peronismo-kirchnerismo da mucho menos bestia en términos institucionales que JxC y los libertarios).

El periodismo político, el que cubre con fruición esas internas fatigosas, se fundió con la política en una galaxia muy muy lejana, odiosa, odiable.

Del otro lado de la política la sociedad está tan cansada y mal tratada, tan triste, que apenas si dice algo, excepto por la rabia de los que votarán a Milei y el eterno encono irracional contra todo tipo de yeguas y yeguarizos.

Eso y las periódicas marchas de los movimientos sociales, que se arrastran por las calles cada vez más anémicas. El sindicalismo, bien gracias. Sus bases, bien jodidas, con mermas salariales de hasta un 25%. Son legiones los empleados pobres en blanco y los informales no le interesan a nadie. Nadie, nada, nunca.

A la era extenuante de las internas del Frente de Todos se sumó en las últimas semanas otra interna intolerable para solo disponer unas sillas en torno de una llamada mesa política.

El peronismo -¿el qué?- o buena parte del Frente e Todos -¿el Frente de qué?- le reclamó al presidente armar esa mesa política para una misión con algo de imposible: ordenar las cosas de modo de llegar a las elecciones en un estado que no sea el de la agonía o algo peor.

Y sucedió algo curioso. Alberto Consenso Fernández se resistió al diálogo con los amiguitos. Alberto Lito Fernández sacó pechito ‘e pollo, se hizo por unos días el Napoleón –figuradamente más petiso-, como si tuviera algún poder o simulando tener poder o intentando mostrar poder. Se resistió. Mesa política caca, dijo. Hasta que aflojó.

Aleluya. Decidieron entonces, ahí arriba, en las Cumbre del Poder Presunto (cielo blanco enorme, lejísimo, diría Spinetta) armar nomás la mesa política. ¿Para qué? Ah, no sé, qué sé yo. Se supone que Napoleón Fernández solo para hacer algún mínimo control de calidad del proceso electoral.

Se supone que los otros, para desagrado de Fernández, para algo más que eso. Se supone que el kirchnerismo aspira a introducir cambios sustanciales y nobles idearios en la gestión de gobierno.

Pero sucede que el kirchnerismo real anda ocupado en otras cosas. Una parte sustancial de su agenda es meramente endógena y defensiva. Es defensiva –comprensible- la agenda de CFK en el terreno judicial.

Y no deja de ser igualmente defensiva la nutridísima agenda del kirchnerismo y su sistema mediático cada vez que se trata de denunciar, muy necesariamente pero también repitiéndose hasta el hartazgo y sin hacer efecto, la infinita tira trágica de las atrocidades antidemocráticas cometidas por la oposición como parte del todo del sistema mediático-judicial, enormemente más poderoso.

Así como su giro cada vez más nítido hacia extremismos discursivos y programáticos libertarios. Algo que podría resumirse en un manual práctico de Larousse de este modo: “Hay que matarlos a todos”. Negros, bolivianos, feministas, homosexuales, aborteras, ambientalistas, choriplaneros, delegados de base, defensores de los derechos humanos.

Morochas y trincheras

En ese clima tan delicioso uno abre Página/12 mientras escribe para que la nota no pierda algún dato de actualidad y encuentra este titular: “AM 750. ‘Morocha, ahora nos queremos ilusionar’ Escuchá la versión de ‘Muchachos’ que impulsa la candidatura de CFK en 2023”. Operativo clamor en el Sahara.

El kirchnerismo parece operar desde una trinchera de la Segunda Guerra. Los cascos puestos, las zanjas barrosas medio inundadas y con nieve de las Ardenas, todos cagados de sueño y de frío. Cuando se ven venir al obús, el mortero o la granada, a gritar como en las películas de guerra: ¡¡Incoming!! Entonces, todos cuerpo a tierra.

Sin nada que ofrecer hacia adelante, excepto enunciaciones vagamente ideológicas y escasamente programáticas. No se escuchan, no salen del kirchnerismo, efectividades conducentes para salir de las trincheras, hacer de la política algo tangible, mensurable, concreto.

No salen propuestas (o no saben canalizarse) para intervenir, gestionar, operar, modificar, transformar, hacer –por dió– algo bueno por la gente. No pidan que se escriba pueblo, porque de ese sustantivo colectivo queda poco.

Queda también poco –tal como se aparece al menos en el presente perpetuo- de la frase que habla de “la política como herramienta de transformación”. Y es que la política, escribió Bifo, o Franco Berardi, el filósofo italiano, es cada vez más el lugar del no poder. Donde el sustantivo “política” puede trocarse por los sustantivos cada vez más abstractos “Estado” o “democracia”, tan infinitamente degradada, pobrecita, en todas partes.

Para qué demonios

Entonces: ¿para qué la mesa política? El kirchnerismo ofrece sus vagas enunciaciones ideológicas (el kirchnerismo que, sumando un poco de industrialización y bastante más de derechos, apenas si tocó el modelo agrario-exportador y el extractivista) y el Alberto Napoleón va y se nos ofende, pucha caramba, porque dice que no es tan malo su gobierno (cierto: los hubo muy peores).

¿Para qué la mesa política y con quién? La respuesta al “con quién” es una maravilla. Conformación altamente exclusiva de un puñado de políticos y funcionarios.

¡¡Upa!! Una cosa zarpada, bien social, bien participada. La mesa, las sillas, a mil años luz de la galaxia achacosa de lo real. Casi que uno mira con cariño la Mesa del Diálogo armada por Duhalde en tiempos del estallido.

Dicen que la mesa debería estar tendida el jueves. Bravo. Pero dicen que nadie invitó a Axel Kicillof. Dicen que no tienen la más pálida idea aun acerca de quiénes serán al final los invitados, los conductores del futuro.

Internas, internas, nada que modifique nada y ahora la mesa política. Necesaria, claro, si se pusieran de acuerdo en algo interesante.

Cansan, cansan mucho.

Cito un párrafo de la última columna de Sebastián Lacunza en elDiario.AR sobre las discusiones por la mesa política:

“Pero La Cámpora quiere discutir ‘gestión’. Llamativa bandera de Máximo para unos pocos meses por delante, acechados de urgencias. Quien ocupaba la presidencia del bloque oficialista en Diputados decidió, en el medio de la travesía, abandonar su puesto para pasar a denunciar a un Ejecutivo (el suyo) ‘arrodillado’ ante el FMI y los exportadores de soja. Cuando le tocó gestionar un ámbito crucial de la alianza gobernante, el jefe de La Cámpora se marchó al monte y, tras él, unos cuantos funcionarios enmarcaron su salida con el mayor estruendo posible. Excepto, eso sí, las jefaturas a cargo de grandes presupuestos como ANSES y el PAMI, que siguen firmes. Si se posa la mirada en despachos determinantes de la Secretaría de Energía conducidos por La Cámpora hasta la asunción de Sergio Massa en Economía, la palabra ‘gestión’ pide no ser nombrada en vano”.

Un complemento a lo escrito por Lacunza: el silencio aprobatorio de CFK a todo lo que está haciendo Massa. Hasta que no vuelva a hablar y acaso arme jaleo, la Cristina que calla, otorga.

Lo otro que se dice de la mesa política es que el gobierno saque un nuevo conejo de la galera, pero de otro pelaje. Uno que no sirva en este caso para ajustar o pagar deuda o recuperar reservas o hacer todo lo contrario, sino para salvar a CFK de la proscripción política que le impuso a mediano plazo el poder judicial, en alianza sistémica con todos los feos.

Contó algo de eso Horacio Verbitsky en El Cohete a la Luna. Voceros K exigiéndole rabiosamente al gobierno que integran esa solución mágica: salvar a CFK. Voceros K reprochando a su propio Ejecutivo esa ausencia (y falta de voluntad) de soluciones mágicas y –en interpretación del que escribe- sin ofrecer ninguna salida concreta, como sucedió cuando el acuerdo rodillero con el FMI, excepto alguna alusión neblinosa a la voluntad política, a pelearla más.

Contra esas mímicas o saludables intenciones reformistas, acaso pueda decirse que todo el largo operativo de pase a la clandestinidad del kirchnerismo –desde la primera ola de renuncias a “No es renunciamiento, ni autoexclusión, estoy proscripta”- no salió bien.

La capacidad de intervención política se redujo, la medianía en la gestión de gobierno es la misma, el ajuste sigue ahí, la vieja fiereza se perdió o no supo reencarnarse, la centralidad de CFK parece menor, la Jefa no es tan Jefa y no dejó descendencia.

A propósito: en el bolenticito o página web de La Cámpora, y a ya cincuenta días del asunto en cuestión, el título principal sigue siendo “No es renunciamiento, ni autoexclusión, estoy proscripta”.

Un nivel de autonomía (“¡Empuñen el bastón de mariscal!”), de creatividad, renovación del discurso, capacidad de llegada y potencia política que ni te cuento.

Buscando a Jesús (Rodríguez)

Mesa política desesperada, ajena a los del común, y dramática orfandad de candidatos, algo insólito en la historia del peronismo. No se explica esto diciendo solamente que no hay candidatos porque CFK está proscripta.

Aun si no fuera así, hoy más que nunca, “con Cristina sola no podríamos”. Sergio Massa, el que pintaba para presidenciable por apoyo del establishment y habilidad política, parece ahora que no será. Los demás, tal como escribió Diego Genoud “no miden nada”. Y tal parece que con el apoyo de CFK tampoco medirían.

Eso sí, en Instagram, Alberto está en campaña. Con formatos muy clásicos de abrazos con el pueblo noble y los chicos tristes en localidades de provincia. Alberto re buenazo mandando la fruta de sus videos en el interior, hablando del amor y la igualdad.

Alberto en campaña protagonizando pequeñas acciones benefactoras, lindas acciones, solo que lo suficientemente módicas como para que las gestione un secretario de Estado o algún director de área, no un presidente, quien se supone debe lucir algún grandeur, estar para cosas más importantes.

Viéndolo en Instagram, es un loop permanente nacido como de un grado cero de una gestión ya larga y gris, cuyos condicionamientos objetivos, terribles, no dejaremos de comprender.

Repaso, entonces: CFK no (¿operativo clamor?). Massa no (¿dejo el ministerio y me juego?). Alberto no (¿milagro?). Wado de Pedro, ¿mide? No me digas que, ay, ¿Scioli? ¿Quién más se anota?

¿Se acuerdan del final espantoso de Alfonsín con la hiperinflación y los saqueos? ¿Se acuerdan, cuando Jesús, el de la cruz Rodríguez, afrontó valiente el martirio de ser el último y lastimoso ministro de Economía del desastre general?

¿Quién será el Jesús Rodríguez presidenciable del FdT si las cosas siguen en baja? Y a la hora de pintar finales y cruces, ¿es este tramo final del gobierno de Alberto –siempre con la carga histórica de la deuda externa- peor de lo que fue el final de Alfonsín? No. Sin embargo, ahora, la cruz le toca a Alberto, que quiso ser un poco de Alfonsín. Va la cruz para ese lado porque el mito Alfonsín le sigue ganando al final de Alfonsín.

Y a todo esto, resoplamos. Bassssta. Cómo cansan. Y para qué escribir de todo esto si ustedes lo rumian, tratando de desconectar de la política y los medios.

¿Nosotros antipolíticos? ¡Atrevido!

Se sabe y se fue confirmado en sucesivos estudios: los votos que van para el lado Milei/Espert comen porciones enteras a la derecha. Pero también se alimentan –será por el hambre- de la desolación que atraviesan las franjas de jóvenes pobres o empobrecidos o ayunos de cualquier entusiasmo que en tiempos menos fuleros votaban peronismo/kirchnerismo.

Ahora, tras la condena “ejemplar” a los rugbiers, se suma o autopostula al libertariaje, como candidato a gobernador bonaerense, Fernando Burlando, ex defensor del barrabrava Rafa Di Zeo, de los acusados por el asesinato de José Luis Cabezas, de los gerentes del Caso Skanska, del banquero de la Iglesia Francisco Trusso, entre otros rostros capos de toda capedad.

Llegamos así al punto más oscuro. O mejor, a lo que el Diego Armando llamaría el descubrimiento del agujero del mate. Resulta que recién ahora y a fuerza de cansancio y bajón pandémico y pospandémico, nosotros los progres, los zurdos, los astutos, los racionales, los no cabeza-de-termo, los iluminados, terminamos distanciados también de la política, estamos podridos, y evitamos leer o enterarnos de nada en los medios.

Cierto que la cosa viene de lejos. En tiempos de Alfonsín los medios de la derecha se empeñaron en importar la expresión “desencanto” de la experiencia democrática española cosa de acelerar la mufa, luego vino la farandulización, luego el estallido, luego expresiones tales como “la política está en otra parte”, o Luis Zamora, durante el estallido, forzando fórmulas que robó del italiano Antonio Negri. De un día para el otro dejó de usar la palabra pueblo para reemplazarla por “multitud”.

De manera tal que, desde el bajón, los que nos pasamos añares puteando y pretendiendo desarmar a la maldita antipolítica de los medios hegemónicos (oh, sí, que dicen “gente”) acaso estemos comprendiéndola mejor, merced a un approach emocional devenido de lo que estamos atravesando.

Porque una cosa es entender la antipolítica o la rabia racionalmente, comprenderla como fenómeno que expresa el fracaso de la democracia y las demandas insatisfechas y la distancia entre las “castas” y “la gente”.

Una cosa es ponerse en politólogo elemental y otra cosa es, desde el bajón, entender a la antipolítica con el cuerpo y con el alma porque ahora somos parte del afuera, tristes, solitarios y algo finales.

Y es que además nos pega también, como al resto, la mishiadura, el monotributo, la lupa de la AFIP que controla mucho mejor a los débiles que a los poderosos, los abusazos de las prepagas, de las tarjetas de crédito, de los bancos y de las (qué viejo suena) “privatizadas”, a las que el puto Estado deja hacer (excepto, hasta hace poco, sosteniendo tarifas relativamente bajas dada la inflación).

Qué vergüenza, “gente”. Que calor, muchachos, y qué dolor, que nosotros, los politizados llenos de luces y lucideces, pasemos a formar parte del montón tristón o resentido.

Entendiendo también la cosa al ver que nuestros hijos tienen alguna razón en vivir al día, sin proyecto, llenos de miedos y de neuras, sin poder aprovechar las libertades que no tuvieron generaciones anteriores, esquivando tener hijos, indagando en vasectomías, porque no hay guita, ni futuro, y si hay un resto de guita, esa guita va a parar a la birra y el porrito.

Ayer mismo, en Socompa, el periodista uruguayo Raúl Zibecchi decía vía entrevista lo que muchos textos que venimos publicando en la web. Que ni los Estados ni los progre-populismos están en condiciones de encarar grandes transformaciones. Para él, la salida está en algo que ya tiene también su cosa añeja: el desde abajo, campesinos, pueblos originarios, pueblos negros.

Claro que aludía en sentido amplio a diversos países de América Latina con especificidades que Argentina no tiene, o las tiene, pero en menor medida por ser sociedad larga o predominantemente urbana.

El que escribe no la ve por ese lado. Tampoco es que la vea por el lado de Alberto Igualdad Fernández que puso al ex CEO de Syngenta como jefe de asesores de su gabinete.

El que escribe no sabe/ no contesta ni ve el cartel que dice EXIT, es por allá.

Ayer anduvo dando vueltas por Valeria del Mar y alrededores sin poder entender, una vez más, como en este país conviven la pobreza creciente con clases altas, medias y medias-bajas que todavía pueden gastar sus ¿últimos? cartuchos alquilando un departamentito en la playa o gastando más guita aún de Tilcara a las sierras de Córdoba y de los lagos del sur a Tierra del Fuego, lejos de la política.

No faltan morochos en esas huestes turisteras, no crean ustedes. Síntoma acaso de que la cosa no es tan horrorosa o de que los discursos dominantes sobre el estado de las cosas nos taladran la cabeza a la hora de hacernos infelices, más de lo que creemos. Enorme pobreza sí, también una Argentina difícil de totalizar.

Por último, por si las moscas y como postdata: el título de esta nota no pretende ser proclama.

En cuanto a la mesa política, guarda la tosca: se supone que se sientan mañana.

Eduardo Blaustein

Socompa

 

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